Como cada noche, ella abrió sus ojos.
Otra noche más cumpliendo su condena en la eternidad, sin morir, sin sentir, sin envejecer jamás.
Miró sus heladas manos entrecruzadas sobre su pecho y contempló elgo inusual: una rosa yacía entre ellas.
_¿Qué podrá ser?_ murmuró sorprendida.
Nadie en siglos había visitado su tumba, el tiempo la había olvidado...y el mundo también. Se incorporó, sentándose dentro de su decrépito ataúd y observó el extraño obsequio. Sobresaltada, notó que pequeñas gotas de lo que parecía ser sangre yacían sobre sus pétalos rojos aterciopelados. Con la yema de sus dedos acarició una de las gotitas y la saboreó: era sangre.
Aún más sorprendida continuó pensando en que cómo podía ser posible que eso fuera así, ya nque ningún ser mortal podía penetrar las frías y penumbrosas paredes de su sepulcro...ningún ser "mortal"...¿y qué habría, entonces, de alguien "inmortal" como ella?.
Su helado corazón se estremeció, después de siglos de no sentir nada, siquiera el toque húmedo de la brisa nocturna. Entonces lo supo: sólo el alma que pudiera acompañarla en su dolor, alguien inmortal, fue capaz de regalarle esa flor, y aún más hermoso, era el alma que cuidaría a su frágil corazón el resto de su inmortalidad quien era capaz de adentrarse en su morada.
Emocionada, abandonó la penumbra de su guarida y contempló el cielo nocturno.
Con la luz de la luna reflejada en su ojos, murmuró:
_"No estoy sola en esta fría existencia".
muy bueno =) super
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